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17
Jul
10

El «matrimonio gay»

Se ha tratado siempre de lo mismo cuando hemos querido cambiar: una suerte de repulsión que se anida en nuestro pecho y se amarra hasta formar un nudo y ya no sabemos ni porqué ni cuando, ni podemos dar razones ni responder a una pregunta. Se ha tratado siempre de lo mismo, la violencia se ha superpuesto a la razón, no en una dicotomía, sino en la preponderancia de una fuerza sobre otra en una misma unidad de ser. Quién nos puede asegurar que no será alguno de nosotros el próximo en conducir el mundo hacia su debacle.

Cambiar en un sentido más amplio es la vida misma. Basta con abrir los ojos por la mañana para experimentar cambios; los más profundos sin embargo, esos que llamamos realmente cambios que podrían, valga la redundancia, cambiar el camino por el que día a día nos movemos, esos que podrían cambiar el paisaje del camino; esos cambios son como los movimientos telúricos: inevitables. Sin embargo, a diferencia de la naturaleza nos ha sido dada una capacidad de elección y es justamente ella la que puede decidir no cambiar y oponerse radicalmente al cambio en favor de una estabilidad.

Una institución que siempre se ha resistido al cambio ha sido la Iglesia. Para comenzar, porqué poner «iglesia» con mayúscula; es un poco molesto realmente la generalización que se hace cuando se pretende concentrar a todas las religiones occidentales en la palabra «Iglesia» cuando en realidad deberíamos entender Iglesia Católica o religión Católica Romana. Esta unidad aparente, esta reunión unificada de todas las religiones occidentales en la palabra «Iglesia» es una ficción. No existe tal unidad y seguramente solo existirá el día en que una fuerza en conjunto se oponga a cualquier religión. Mientras tanto diremos que «Iglesia» es la religión Católica Romana. La Iglesia, entonces, se ha resistido a los cambios desde Copérnico hasta el «matrimonio gay». Sobre este último tema en boga que voy a extenderme.

En primer lugar, la propuesta del «matrimonio gay» no es para que los homosexuales se puedan casar en la Iglesia Católica Romana, sino que es la exigencia del reconocimiento de los derechos civiles propios de un matrimonio civil, es decir, un tema estrictamente legal. Más allá de eso todas las personas son libres de celebrar su matrimonio como bien les parezca y cuando digo «personas» al ser humano. El hecho de que representantes de la Iglesia Católica salgan públicamente a oponerse airadamente a la legalización del «matrimonio gay» me parece realmente ridículo. El reconocimiento legal de la unión civil entre dos personas es obligación del estado. Uno puede vivir de espaldas a esta realidad, pero el estado necesita tener un control estadístico de sus ciudadanos y garantizar derechos entre ellos.

Y, en segundo lugar, me parece que la objeciones al «matrimonio gay» pasan por una falta de visión sobre los términos «matrimonio» y «familia». Por un lado, se defiende el uso de la palabra matrimonio como exclusiva de la unión natural entre el hombre y la mujer. Por esta razón muchos han propuesto que debería llamarse «unión civil», pero no matrimonio. Esto es realmente tonto, si me disculpan, ya que es la misma problemática de llamar «Iglesia» a una religión y que erróneamente muchas personas piensen que se trata de todas las religiones. Lo que se intenta defender es que la palabra «matrimonio» involucra en cierto nivel la unión del hombre y la mujer en comunión con Dios, pero muchos matrimonios, que aparentemente han sido consagrados siguiendo los lineamientos religiosos no responden a una comunión con Dios o al menos presentan serias dudas de esto. Por otro lado, la palabra «familia» también ha sido una de las banderas de la crítica y se ha dicho incluso que el «matrimonio gay» va en contra de la familia como núcleo de la sociedad. Nuevamente el término familia se pone en disputa y caben ciertas dudas sobre si la unión entre un hombre y una mujer tienen por objetivo el formar una familia. La respuesta es no; por lo que no se puede afirmar que el fin de la unión entre dos personas sea necesariamente el formar una familia. Ahora, el caso concreto de la posibilidad de adopción de una pareja homosexual es un tema mucho más extenso y que requiere de la participación de profesionales de distintas disciplinas. Sin embargo, mi opinión personal sobre esto es crítica hacia las personas que afirman que podrían existir problemas psicológicos en los niños criados por una pareja homosexual; y es crítica porque me pregunto ¡qué estamos defendiendo! La cantidad de parejas heterosexuales que generan traumas en sus hijos, violaciones (incesto), violencia familiar, abandono de hogar, entre otros. Solo por mencionar un ejemplo, una amiga hace poco me contaba que su hermano menos de 16 años había intentado suicidarse luego que su padre los abandonara. Creo que el reto que nos impone este siglo es la capacidad de dejar a un lado la hipocresía y la defensa ciega a las costumbres por intentar abrazar la posibilidad de entender al ser humano en sus diferentes expresiones.

Cuál es la religión que basada en la Biblia como palabra de Dios predica sobre la guía de comportamiento que nos dejó Jesús en los evangelios. Yo no soy un lector asiduo de la Biblia, pero mi memoria a largo plazo recuerda que había algo así como lo medular de la enseñanza de Jesús: ama a tu prójimo como a ti mismo y a Dios por sobre todas las cosas. Muchas otras enseñanzas y mandamientos existen, en efecto, pero deben girar al rededor de este mandamiento fundamental. Si hay algo que no debemos perder de vista es el amor al otro. La forma en que actúa el amor no podría darse sin el compromiso y la voluntad, y ambas apuntan justamente hacia un proyecto trascendental de convivencia.  A nivel del ser humano el amor debería ser constitutivo de cualquier idea de progreso y, en el peor de los casos, no se puede obviar los efectos del amor en una sociedad que busca progresar. Un efecto del amor es todo lo contrario a la marginalidad, a la exclusión y desigualdad.




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